Saturday, June 27, 2009

Mate.

Mate amargo todas las mañanas, para mi solo.
Mate medio dulzón con mi socio en el estudio a media tarde, que es medio trolin.
Mate con azúcar y café con mi mucama, que si se me va, mato a alguno.
Mate dulce a morir con mi hija en los campamentos, único lugar que se digna a matear con su padre.
Mate con carboncito que quema el azúcar después del asado. Con joda incluida de venteo del olorcito, como si fuera el incienso sacerdotal.
Mate de leche, cuando era chiquito, y quedaba hasta la nata, cuando la leche tenía nata...
Mate cocido, cada vez que puedo, pero nunca como el que pasaba en el Manuel Quintana, en la mesa con agujeros, rueditas, empujado por María, la portera con su cofia de servir la leche.
Mate de mi abuela, en vasito de vidrio, pero que duro tan poco ella, tan poco como mis trece anos y nada mas.
Mate helado de naranja Crush, en la cárcel de devoto, servido en un convite sombrío, un día que el sol dijo esta tierra es mía y solo están de prestado acá...
Mate con mi vieja, que tiene otro gusto, porque es con mi vieja.
Mate en Israel, en la noche estrellada del desierto, contra la mirada picara y cómplice de un chiquilín, que como yo gastaba los veinte, pensando que era algún piripipi que te transportaba al Macondo, y uno pensando en que el único viaje que tendría el cacho este era al baño y corriendo...
Mate muy lavado, el que uno empieza a probar, temeroso de quemarse la boca con la bombilla, a los siete u ocho años.
Mate lavado y hervido, el que uno disfrutaba a los quince, en ronda con la guitarrita y el fogón, cantando Mi Cuarto, figurándose las maneras de hacer un mate decente, como el que hace papa, no esto, laputaquelopario, además de imaginarse hasta la nausea como voltearse a la morocha de rulitos que me mira, carajo.