Wednesday, November 18, 2015

Canibales

El prisma con que se mira la realidad en Europa, tiene siglos de cuidadoso esculpido. No es delicado cristal o moldeable plástico su lente, sino de adamantina solidez indestructible. El odio al judío tiene esa característica: solidez indestructible, arraigada en las profundas capas del subconsciente colectivo y personal de personas educadas, nutridas y mimadas dentro de un esquema de profundo odio y desconfianza al judío. El odio Canónico establecido por el dogma eclesial resulta basico para comprender lo que estoy planteando. Se ha intentado, desde la jerarquía de la Iglesia, trasmutar un odio satanizador milenario, a través del Concilio Vaticano II, pero no ha podido rasgar la dura piel de la costumbre, de la tradición, de la fácil demonización. Aun cuando pocos intuyen una conexión entre la vertiente eclesial del odio antijudio y la vertiente progresista, seudoizquierdista, profundamente reaccionaria y añorantemente estalinista, éstas están genéticamente unidas. El buenismo y la corrección política de la posguerra los unió indisolublemente. Tienen la misma raíz, una raíz ética perversa que abreva en la experiencia moderna, en la que el judaísmo resulta una intolerable fuerza movilizadora, por una parte, y en la que, como consecuencia de ese mismo impulso modernista, el judío quedo indisolublemente percibido al impulso capitalista, y la visión de Marx en este sentido no es casualidad, aun cuando el propio socialismo reconoce no pocas influencias judías en lo teórico, y una participación enorme de judíos en todos los movimientos de izquierda en casi todo el mundo. El odio islámico, por otra parte, tiene dos vertientes poderosisimas, obviamente la canónica, establecida por ese Manual del Odiador Compulsivo, que es el Coran, sumado a décadas de frustraciones que se les acumulan, frustraciones sociales impulsadas por élites que sumen a sus países en ciénagas de atraso y corrupción y, encima, guerra tras guerra tras atentado tras masacre tras demonización tras mentiras tras muerte... sobre sus pueblos y sobre sus enemigos, pero sobre todo sobre sus propios pueblos. Y el pequeño Estado Judío sigue allí, desafiante, brillando, en el fallido Medio Oriente. La sumatoria de las tres taras, de las tres historias, de las tres instrucciones canónicas, nos llevan a comprender la inconcebible alianza de quienes se postulan progresistas o humanistas con los monstruos cortacabezas cínicos que, claramente y a los cuatro vientos declaman: primero les cortaremos la cabeza a los nuestros que se nos oponen, luego sigue el turno de Uds. Ilusos buenistas y pacifistas y para finalmente acabar con los judíos... A quienes les reservamos el último lugar, no porque sean un hueso duro de roer, que es la verdadera razón, aunque no lo digan, sino por una cuestión puramente religiosa, puramente escatológica, por cuanto está prometido el Mahdi, que va a venir a imponer el islam para todos y todas...y como dice el Hadiz es condición para ello, el liquidar a los Judíos, de ahí la fijación psicótica con nosotros. Todos estos delirios, que en una época fueron también enriquecidos por la visión racista nazi, la barbarie Volkische, llevan todos a pretender lo mismo: la inevitable destrucción del pueblo judío. La existencia vibrante de Israel y la presencia de judíos en empresas, universidades y en el mundo cultural de todo tipo, es un revulsivo intolerable para el prejuiciado, para el odiador, para el bienpensante que se imagina mejor y sólo es un mezquino individuo consumido por sus odios idiosicráticos y banales. La siniestra conjunción de esas fuerzas son, aparentemente, una invencible realidad. Sin embargo, esa conjunción de fuerzas tiene, dentro de si, el propio germen de la autodestrucción, que es la pulsion irrefrenablemente homicida de una de ellas. El canibal se terminara comiendo al canibal.