Cuanto mas estrecha, miserable y cruel es la parcela de la realidad a la que se nos somete, mayor será la profundidad del anhelo, de la esperanza y de la entrega a una salvación mágica y finalmente mística de esos males y padeceres.
El sinuoso camino de la salvación esta empedrado de hechos tomados por magicos, por milagros, por directa intervención divina. Una sumaria explicación nos podría remitir al vacío existencial con que se nos alimenta directamente con la leche materna, el profundo desamparo que se hace evidente frente a las primeras manifestaciones del poder que puede ejercer otro, con capacidad para imponérsenos, sea por la fuerza de la violencia o la fuerza de una siquis mas poderosa, o, ya en franco y puro ejercicio de la diferencia, la fuerza del poder económico.
Brota, incontenible, la naturaleza competitiva humana, cuya impronta impulsa en una curiosa e inescrutable forma, al ser humano a alturas inconcebibles solo hace unas pocas decenas de años.
Es esa misma naturaleza la que nos atenaza en una dualidad inquebrantable de egoísmo y solidaridad.
Del discurso y acción de perfecta génesis altruista podemos introducirnos, sin solucion de continuidad, en la diatriba enceguecida, al odio visceral que no reconoce principio, pero que en cada acto, en cada manifestación, reitera su podrida y triste raíz genética en el instinto de conservación, límbico y primario.
Olvidamos Auschwitz, olvidamos Treblinka, Olvidamos Gulag, olvidamos Hiroshima y Nagasaki, olvidamos Dresde, Olvidamos el hambre africana, olvidamos al Khmer Rouge.
El desorden cósmico, el azar de la vida, dispuesta sin aparente beneficio o perfección es lo evidente, baste observar las limitaciones del hombre y la ceguera del topo para comprender que aun en el mejor de los casos la vida se derrama por caminos impensados y no siempre en forma evolutivamente util.
En el siglo XVIII se pensaba que dios había creado a los melones con rajas para facilitar su consumo por los humanos…
La magia, la creencia, el milagro, la presencia divina intuida en los hechos mas atroces de la vida representa un contrasentido que difícilmente pueda explicarse a través de la ciencia.
Solo una portentosa impotencia cognitiva nos impulsa por ese derrotero.
Es decir, para decirlo en dos o tres palabras, que no sabemos una mierda de nada, porque seguimos buscando, incansables y blindados, aun ante la evidencia mas descarnada.