Saturday, December 11, 2010

Boliviajeros

Limber Mamani Quispe respiró hondo, tan hondo como le permitían esos pulmones expandidos por la altura del Potosí, que no es poco, acomodó la valijita rígida de cartón atada con hilo sisal a su regazo y se calzó la mochila anatómica y nuevecita en la espalda y cuando subió los abruptos escalones de La Norteña acomodándose en uno de los asientos del medio, no supo si sentir alegría o profunda tristeza, no es que no sintiera, pero acostumbrado como estaba a obturar cualquier exceso de sentimientos, sólo se concentró en preservar sus módicas pertenencias, no vaya a ser que algún vivillo decida que lo mío es mío y lo tuyo también, y el vaivén y barquinazos en el camino descendente lo adormecía, y el leve recuerdo de un hierático ser al que llamaba padre, arrugado y seco, mirando sin mirar, diciendo en el silencio, y la aparente indiferencia, el aire acondicionado no funciona, la ropa se pegotea, tiene hambre y escarba ya en las provisiones que la mama,  con acento en la primera a, le introdujo en la mochila nuevecita y la impregno de casa, de niñez, el frenazo se sintió como una nausea, asomó su cabeza por encima de los respaldos y vio el tapón de transito atrás del camionazo que trabajosamente subía dejando una humareda negra y espesa como la negrura de las oquedades de la mina de la que solo ayercito nomas estaba saliendo así, y el solazo artificial y eterno que iluminaba la galería sin días ni noches, sin descanso ni natividades, el chofer mecía su impaciencia asomando su cabecita por encima del volante y por debajo de la subida interminable, de un lado la profundidad verde del otro la pared gris y hachada y cortajeada en la montaña en carne viva, la montana se hizo valle, el valle, planicie y la planicie en altiplano atroz gris monocorde y algunas elevaciones con pretensiones y la Quiaca aparece en la persona de un desdeñoso gendarme de Corrientes, extrapolado en la sequedad y extrañado entre lo que percibía como otra gente, le pide la cedula y se la da, va de turismo, a visitar familia, a ver a la mama, a ver al papa, a ver al amigo, a conocer buenosaires, a todo menos trabajar, pero sólo es para trabajar, y lo que parecía que se abría como un futuro prometedor todos abajo y revisación y requisa como presos porque no me vengan con que no que todos son narcos en algún agujero esconden chingada y coca y la puta que lo pario encima hoy con el solazo se le ocurrió al sorete del comandante gendarme que va a descubrir no se qué carajo en estos desharrapados, y porque se llaman todos Mamani Quispe y son todos petisos y negros y acá no puedo luquear como en Misiones y la Mari que me rezonga que soy un tarado y que me dejo culear, nomas lo dejaron ir con su valija atada y la mochilita modernosa y se subió al ómnibus ronroneante y de nuevo al vaivén adormecedor pero acá es arriba y abajo y no para los costados y llano, raro y el aire lleno de oxigeno le perfora los sentidos y no siente el dolor y no siente las manos agrietadas solo que el pecho se le hincha y late fuerte y lento y nada le parece ya lo mismo y los colores, los colores, el amarillo de la retama que crecía al costado de la ruta le marcaba la retina y ya el verde se la hería sin remedio y hasta las frutillas se veían en los campitos arados nomas un par de horas de pasado el gris aterciopelado del altiplano, el verde desaparecía y una sucesión de grises, matices de grises y rojos del ladrillo visto comenzaba con la ciudad y ya no era sólo gris sino una miríada de violetas azules negros rojos y carne, multitud de carne ya en Retiro y nadie lo esperaba, pero el ajado cuadradito de papel con una dirección y el numero del colectivo y el otro y el otro colectivo que lo llevaría, pero lo miraba como se mira un fosforo en una cueva oscura y enorme, hueca y silenciosa, llenas de lejanos ecos, el bocinazo lo hizo saltar y el fósforo se apago como con un soplido repentino y la oscuridad de la soledad se hizo caleidoscopio y giraba giraba y la música y el gritoneo lo pisoteaba y chicas del bracete no lo miraban a través del arete en la ceja y el rímel chorreado en ojos rasgados y el cobre en la piel disimulado por ausencia de sol, y la pollera ausente y el jean ajustado y bajo los manteros sentados en sopor los lentes y las baratijas y preguntó al que le parecía mas de la altura y la respuesta mezcladita de tonalidades extrañas y al mismo tiempo familiares lo dirigieron certero al colectivo y otra vez el bamboleo y apretujado a su valijita atada ya tocaba el timbre roñoso de la casucha de ladrillo visto pero no visto todo cocinado y quemado de grises acerados porque eran los más baratos, y la puerta que se abría y se tragó a Limber, porque sonaba Limbergh que era un héroe de no sé qué en algún relato de algún libro que alguien leyó alguna vez. Mañana será otro día. Otro país.