Monday, December 03, 2007

La Espera

Neguev, arena, viento, arena, sol, aburrimiento, arena, arena, arena...
Espero en la oscuridad caliente de mi carpa, el viento agita las pesadas lonas dejando pasar densos haces de luz, el polvo se arremolina y se desparrama rodeándome.
Tras la colina yace Dimona, una pequeña ciudad en el desierto. Refugio de ladrones y criminales. Ciudad fantasma, golpeada por un sol bestial, incompasivo. El aire cargado de polvo es irrespirable. Otro planeta.
Un ensueño se adueña de la realidad frágil que me rodea, como si dos personas estuvieran en la escena, una yace inerme frente a lo inevitable y la otra observa, como un pájaro secreto, que aletea silencioso por entre las columnas de luz...
Los sonidos llegan como con sordina, la imagen ya entrevista desde mucho tiempo atrás se abalanza con decisión perversa.
Al principio hice esfuerzos para sacudir esta pesadilla de mi alma. Camine vigorosamente, más rápido, cada vez mas rápido, para terminar corriendo. A veces pensaba con claridad, con marcado énfasis y apasionada prisa, como si temiera la irrupción de uno de esos accesos de terror que me paralizaban y me llenaban de miseria. Al principio mis pensamientos tomaron un giro abstracto y general.

Sueños oscuros me atormentaban de noche. La frecuencia e intensidad de esos descabellados interregnos de sinrazón y violencia me comenzaron a perturbar, un pequeño pero significativo paso dio comienzo a la tortura que estoy sufriendo ahora, las imágenes retornan a la luz del día, sin la fuerza y convicción que adquieren en el reino tenebroso y oscuro de la noche, como mostrándose en fogonazos de claridad enceguecedora; y cuando trato de penetrar la luz agobiante, desaparece dejando un rastro vago y amenazador.

Mis ojos se clavan en las vigas del techo de la carpa, recorren con minuciosa tristeza las pequeñas manchas de la madera carcomida.
Los pliegues de lona esconden pequeños, pero bien guardados secretos, de murmullos en la oscuridad y la protección de la noche, de terrores, de juveniles obsesiones, de amores lejanos.

Una luz lejana titila en mi memoria, aparece tibia y singular entre la maraña desaforada de mis pensamientos, y me conforta y me arrulla en la cálida dulzura de la inconsciencia, aunque sea por un minuto, el ruido se acalla y concilio el sueño.


Los sonidos familiares me traen de vuelta a la realidad, voces entremezcladas, sombras alucinadas que se desplazan frente a mi, y no logro distinguirlas del todo. Una mano firme me sujeta de un hombro y me sacude con fuerza, una voz amiga me llama por mi nombre y como enfocándolo con una lente lejana logro verlo. Por supuesto que el no se da cuenta, solo piensa que dormito...
Escucho las palabras vacías que se pronuncian, el duro y áspero hebreo raspa las gargantas. Observo, sin embargo, que las expresiones de los rostros no son torvas, al contrario revelan un infinito cansancio. Miro minuciosamente las caras tostadas por el sol del desierto, el polvo acumulado en los pliegues jóvenes las hace parecer miles de años viejas, a pesar de la intensa vida de los ojos. Las manos agrietadas y sucias descansan quietas en su mayoría, es curioso, como si tras la mascara del polvo y grasa, se escondiera una tranquila resignación de todos los siglos de lucha y desesperanza.

La mayor parte del día había transcurrido y el sol alargaba las sombras y las enrojecía, el desierto giro sobre si mismo y todo pareció acercarse en un juego de luces y sombras, como si el día quisiera despedirse en una múltiple y terrible explosión de belleza.
Las nubes tenidas del polvo del desierto se arremolinaron en el ocaso y se apagaron lentamente, oscureciéndose contra el cielo naranja.
La noche se adueño del páramo, el viento ceso su aliento de horno, un frió y silencioso manto de oscuridad, solo roto por ocasionales resplandores de algún campamento beduino en la lejanía, se instaló, sigiloso, bajo el cielo límpido.

Cada estrella, cada constelación, enviaba su pálida luz a través de millones de años e iluminaba ese pedacito pequeñísimo de universo, una sensación indefinida de desaliento me arrullo, transportándome a un mundo de sombras profundas, vacío y cruel, en un parpadeo de veloz y perfecta sincronía un sueno se deslizo bajo la mirada implacable de mis ojos.

Una tenebrosa bandada, bajo un cielo negro, como un tenebroso agujero, herida estelar, sincronizaba sus latidos rítmicos y profundos con el sordo graznar de una milenaria garganta.
Desperté antes del amanecer, estire mis músculos entumecidos y observe a mi alrededor, otras caras legañosas se volvieron hacia la luz y maquinalmente saltaron de sus catres, con sistemático desden se vistieron rápida y eficazmente, los quejidos de los mas remisos se transformaron en gritos de urgencia ante la orden del oficial.

Salí de la carpa y me dirigí a los lavabos, las pisadas resonaban en el suelo seco. Otro día, quizás una singular tortura, quizás la preparación para lo inevitable. Refresco mi cara con el agua mezquina del tanque, sacudo mis manos con energía tratando de escurrirlas del líquido.

A través de la transparente Mañana transcurro la letanía de ordenes, gritos y restallidos, la apacible llanura desértica, rota aquí y allá por estribaciones de filosas montañejas, cambia su color terracota matinal por un intenso blanco enceguecedor. El calor eleva espejismos por todas partes, camino hacia la carpa del capitán, una cara extrañada me escudriña a través de unos lentes redondos, su rostro me recuerda a una abuela mas que el de un guerrero curtido por varias guerras y guerrezuelas. Al cabo de la parca reunión, donde expresé mi deseo de alejarme, me retire tan silenciosamente como había llegado, fortalecido por el extremado convencimiento de hacer lo correcto, aun cuando sentía dentro mió la inevitabilidad de mi destino de victimario, trataba por todos los medios de desviar el curso del horror agazapado y vinculado con unos abismos incalculables, de los cuales parecía entrever en ocasiones, la verdadera naturaleza de mi terror.

El camión se balanceaba traqueteante por la ruta, castigando nuestros riñones y adormeciéndonos sin poder evitarlo.

El desierto se desliza sin pausa bajo las grandes y toscas ruedas transmitiéndonos las irregularidades del camino, un pensamiento cruza mi mente con la pereza de un amanecer nublado, solo un pensamiento a la vez, una incapacidad atávica me invade. La llegada al limite nos despierta definitivamente, los ojos de mis compañeros y supongo que también los míos adquieren un brillo extraño, maquinalmente recorro con la vista todos los recovecos al borde del camino temiendo las bombas al borde del camino, que tantas vidas costaron.

El paisaje es contrastante, profundas quebradas y tupidos bosquecillos, campos sembrados y aldeas con sus almenares. Un grupo de campesinas inclinadas sobre los surcos de un campo de hortalizas no interrumpe su labor, el paso de camiones militares es cosa corriente en esta parte del mundo.
El sol esta alto en el cielo, y nos acercamos a nuestro destino, la ciudad de Sidón, el profundo valle que nos lleva a la costa desciende casi a pico y el mediterráneo se abre ante nuestros ojos, una pequeña llanura es el preludio del mar y en ella una ciudad. El frenazo del vehículo me sacude, desciendo rápidamente y nos dirigimos al patio interior de una estructura típicamente militar, las paredes de cartón prensado le daban un viso de permanencia, en comparación con las carpas a las que estamos acostumbrados.
Amontonamos el equipo en el centro del patio y agrupados informalmente, el capitán nos informa de nuestra misión, rápidamente nos instalamos en las estructuras y un grupo es destinado inmediatamente a vigilancia, otro grupo se ocupa de las armas, y otro grupo, mas pequeño, organiza un reconocimiento.
Por un momento recordé los acontecimientos de esa noche, la orden seca de partir, las luces y los helicópteros, el fragor indescriptible de la urgencia, y la incertidumbre que poco a poco da lugar a una eufórica designación, solo entonces uno se da el lujo de pensar, y eso estaba haciendo en ese mismo instante, mientras observaba desde la torre de vigilancia del sur, el naranjal que llegaba hasta el borde del campamento y el mar increíble que lamía mansamente la costa de arena blanca.
Una miríada de pequeños botes flotaba en la ensenada, de tanto en tanto, una figura se incorporaba y lanzaba una red circular, el ruido sordo de la red contra en agua resonaba en el mar hueco.
En el horizonte, no muy lejos, tan solo unos cientos de metros estaba la Kasba y el puerto, con sus minaretes y las antiguas murallas, construidas por los turcos hace quinientos anos.
Un lamento se eleva en el aire con majestuosa lentitud, de los cientos de torres almenadas, un cántico surge de los siglos y se queda allí, flotando en el aire, presa de un súbito y singular apasionamiento, la convocatoria al rezo es unánime, el eco producido por las distintas distancias es sobrecogedor.
La letanía se convierte en fogoso llamado a la rebelión, las palabras llegan a mis oídos rodeadas de clamores, como si una turbamulta se dispusiera a atacar, solo que sabíamos que era imposible que sucediera, lo mas probable era que otro suicida se lanzara con un camión lleno de explosivos contra nosotros...
C. se recosto, indolente, sobre el duro catre. Los pensamientos lo asaltaron casi inmediatamente, hecho una mirada deliberadamente inquisidora sobre el resto de los allí presentes, se detuvo sobre los detalles mas insignificantes, un botón suelto, una mancha de grasa...
La conversación no lo atrapaba, pero dedicaba frases inconexas, no demasiado pensadas.
La intrascendencia de la conversación lo sumió en un sueno liviano.
Los gritos y los pitazos los escucho cuando ya se hallaba a medio vestir, automaticámente se acordono las botas y se lanzo al patio de armas, como siempre era uno de los primeros, jamas dormía profundamente, y por eso el brutal despertar no lo perturbaba, sufria al ver a los otros salir lagañosos y desprolijos, con los ojos heridos de luz y cansancio.
Los gritos de urgencia de sus compañeros que apuraban a los mas lentos hendían la noche helada, los reflectores iluminaban con maniacal violencia el pequeño espacio fuera de las carpas, creando con el vapor de las respiraciones fugaces figuras de cristal.
La voz cortante de Ioram termina de despertar a los mas dormidos, su dicción cablegráfica y monocroma, acentuándose solo en ocasiones, les llega con inusitada efectividad. Solo veian una sombra recortada contra la profundidad del desierto, ya que siempre se situaba fuera del campo de luz.
Con seca determinación nos movemos a través de la noche atacados de una locura de urgencia y recóndito temor.
Un sordo pac-pac nos llega a través de la oscura y siniestra noche, a medida que se acerca, su sonido nos aturde y el polvo que levantan las aspas se mezcla con la luz blanca de sus reflectores y los del campamento, una cortina irreal que nos enceguece y ahoga, los preparativos se completan en poco tiempo, los helicópteros nos tragan en su panza, atiborrados de equipo, se elevan y se introducen en la noche.

EMBOSCADA

Avanzaban en la penumbra como fantasmas, solo el rudo roce de las ropas, los pasos sordos, las respiraciones entrecortadas, un paso delante de otro, la tierra pesada se adhería a las botas, haciéndolas un tonelada mas pesadas.
Las sombras se deslizaban entre los cultivos, las terrazas, un paso delante de otro, el sudor frío se acumulaba en las cejas, el peso en las correas corroía la piel de los hombros. los dientes apretados, la mente en blanco, los pies que ya no se sienten.
Un kilómetro mas, y otro..
El pelotón avanzaba, veinte pares de pies y un solo cuerpo y una sola mente, es en ese momento que toda individualidad se pierde, se actúa como un organismo.
El tiempo ayuda, no hace calor, solo el barro acumulado bajo las suelas dificultan el avance.

La salida a una emboscada estaba llena de rituales, solo los mas experimentados podían entenderlos. Lo primero, la vestimenta, todos los soldados se abrigaban lo suficiente como para pasar una noche entera en un solo lugar, inmóviles. Por otra parte todos los brillos se enmascaraban, los relojes, las placas de
identificación, todo metal brillante se eliminaba.
La segunda parte del ritual era la danza, cada soldado saltaba con el fin de descubrir si algún metal hacia ruido, o si las cantimploras estaban perfectamente llenas, ya que si no lo estaban, el ruido del agua, en la noche, sonaba como una catarata. El examen se completaba con hacer sonar la cajita de fósforos que era parte del equipo de cada uno, se suponía que no debía hacer ruido.
Solo después de una detallada revisión se lanzaban en la noche y la oscuridad se aliaba en la destrucción.

Solo en un rincón de su conciencia le quedaba espacio a C. para observar lo que lo rodeaba. La luces tenues de las aldeas le daban una idea aproximada de la distancia recorrida.

Había poca hierba y al cabo de un rato desaparecieron arboles y arbustos, y de los que habían muerto mucho tiempo atrás solo quedaban unos troncos retorcidos, rotos y ennegrecidos. Habían llegado a la desolación del Dragón, su poderoso aliento no solo destruía, sino que acababa con toda posibilidad de vida. Ese pedazo de tierra calcinada era usada una y otra vez como escenario cruel de una guerra absurda, el Dragón...
La fuerza llego al lugar de la emboscada, inmediatamente se organizo un sistema de emboscada en estrella, cada soldado se tendía mirando hacia un punto cardinal, entrecruzando sus piernas con los compañeros a su lado, con el fin de comunicarse en el mayor de los silencios.
La red se tendió en segundos, el silencio volvió al oscuro páramo, el tiempo sin pulso se deslizaba, malicioso, en los huesos entumecidos por la posición y el suelo frío.
La horas pasaban, y el cuerpo dolorido ayudaba a acelerar el ritmo de los pensamientos que comenzaban a bailotear, salvajes, por las mentes. La tierra del lugar no era exactamente cómoda, a pesar del uniforme y el abrigo extra que se traía en las mochilas, cada pliegue del terreno se incrustaba en las costillas y las piernas.
Los ojos brillaban buscando el mas tenue de los movimientos, el roce mas leve crispaba nuestros oídos y nos tensaba como arcos dispuestos al disparo.
La silueta irregular e informe del horizonte amenazaba posibles enemigos.
Nada se movía en el yermo y de cuando en cuando un negro cuervo sobrevolaba, ominoso, lanzando asperos graznidos.
Como al margen de la increíble escena de soldados al acecho, en la noche, la mente de C. estallaba en una miríada de flashes de recuerdos, de imágenes, siniestros pensamientos, de perdida, de muerte, de sangre. Sin embargo los caóticas pensamientos se ordenaban como un rompecabezas, como si después de una cacofonía ancestral, el silencio purísimo.
Una grieta en la realidad, por la que se colaban los mas primitivos sones, le llenaba el alma de violencia.
Con esos pensamientos tenebrosos, la tensa espera se quebró en pedazos, no podía pensar, el sonido seco y sibilante de los disparos, su propia alma tableteando entre sus dedos, sus ojos buscando avidamente un blanco, su cuerpo tenso, como esperando la herida mortal, pero no podía pensar, no lo habían entrenado para eso, no le hicieron repetir los ejercicios mil veces para que los razonara, sino para que los hiciera. Se dejo llevar por la violencia ciega del instante y se abandono a sus instintos.
Siempre el silencio que sigue a una refriega es chocante, unos instantes de espera y luego a comprobar la sangrienta cosecha.
Un cadáver en la noche siempre parece menos humano.
La oscuridad borra los charcos de sangre y la tierra ya saturada de sangre libanesa se traga los restos de los muertos.

Monday, September 24, 2007

A proposito de Quebracho


Bueh, retorno después de unos días de suave remoloneo en otras realidades y en una charla de amigos por internet sobre Quebracho realicé los siguientes comentarios: esos no son nada, están tan infiltrados por la federal y los servicios que en realidad sólo sirven como provocadores y los hacen decir cosas pour èpater le burgeoise, los hacen taparse la caripela para que la gente se asuste y pida: mano dura con estos izquierdistas!!!

MENTIRA, son tan de izquierda como Biondini, algunos de ellos son borregos que les encanta sentirse "duros"... y como ser skinhead no es para cualquiera, se meten a quebracho...

Quebracho es el lado oscuro de la política, el instrumento del propio estado, perverso, para exacerbar determinados intereses en el momento en que les conviene.

La mayoría son carne de cañón, son ignorantes que les encanta la mística del kefieh y la molotov, del pasamontaña y de la pancarta, de la clandestinidad y del compromiso ideológico. El pastiche es tan, pero tan heterogeneo que quebracho podría ser confundido facilmente con un grupo de ultraizquierda...son solo una pústula que siempre estuvo, con diferentes nombres, con diferentes atavíos, pero siempre tuvimos mano de obra disponible, en forma de inútiles que pululan, tímidos, primero por la ultraderecha, bucean en las galerías del microcentro mirando librejos y militaria vencida, y cuando un gil con dos dedos les "explica" el mundo o se calzan las botas con punteras de hierro y se rapan o se dejan crecer la barba pedorra, morral y kefieh al cuello, todo ello ostinato rigore...parecen contrarios...no lo son, los skinheads y quebracho se nutren de los mismos salames, de los mismos tipos que no pueden prosperar en nada, se nutren del dolor y la frustración y la estimulan en sus miembros. Nada de estudiar o trabajar...nada de futuro, revolución o muerte!!!! la mejor forma de justificar el fracaso.

Usan alegorías enclenques para exasperar y justificar el odio generado por su propio fracaso. Usan una lógica resbalosa para que la nada y el disparate asuman el rigor de postulados ideológicos.

La suma de sus tonterías, son el desatino llamado quebracho.

No me preocupan ni me asustan.