Saturday, October 30, 2010

Militancia amputada

Néstor Kirchner se ha muerto, indudablemente se ha muerto. Y una sensación de vacío existencial se percibe en su militancia. Enojada y asustada, muerta de miedo, aunque no tenga necesidad o motivo, saca pecho y dice, algo desorbitada, aun cuando no hay riesgo real: Ni lo intenten!.
Mas que una advertencia hacia la runfla destituyente, es una frase para infundirse animo y valor frente a tiempos de reacomodamientos. Mas internos que otra cosa. Ya perciben, algunos, que su tiempo ha pasado. Otros, mas realistas, hacen cuentas. Pero los mas, idealistas y sinceros, que son los que conozco, respeto y quiero!  Sienten que deben plantarse en alguna imaginaria línea de cal, trazada con brocha gorda, temblorosa de llanto y alguna decepción, por ser, inopinadamente, abandonados demasiado pronto, por ese líder anticarismatico, feo y desgarbado, ceceoso y torpe, que se supo comprar lealtades de personas de indudable ideología, de verdadero compromiso social. Como la autora de la foto que pegue. Que sepa perdonarme, pero es ella quien, involuntariamente,  me ha puesto a reflexionar. 

No ha cambiado mi postura opositora, sigo pensando que se trató de un político corrupto, venal y con una veta criptofascista que me produce escalofríos.

Sin embargo, renuevo mi tenue confianza en la presidente, manifestada en las elecciones que la consagraron en ese cargo, y admito que fue en una intimidad acotada, despojada de la solidez  cristalizada del voto y solo a traves de una evanescente simpatia hacia su inteligencia.

Mis respetos y condolencias a la presidente, Cristina Fernández y a sus hijos.

Tuesday, October 12, 2010

El recluta

La prueba final sobrevendría con el desencantamiento, es en ese instante fundamental que no pocos se rendían a la evidencia de la futilidad del esfuerzo por hacer entender, por enseñar el camino. Ahmed cavilaba, con los ojos entrecerrados por el humo del cigarrillo, humo que tragaba con fuerza y exhalaba con levedad, casi delicadamente.

Hussein revolvía el dulce te espumoso y concentraba su furia en una burbuja en particular, una que le parecía demasiado judía o francesa. Exhalaba un aroma a comino, picante y sutil a la vez, se debía un baño, pensaba con lógica occidental. Aparto el pensamiento con un ademán como quien espanta una mosca molesta e insidiosa. Sabía, se sentía más limpio que casi cualquier persona que conocía. Hacia sus abluciones puntualmente, cada día enjuagaba sus pies antes de rezar en la mezquita. Bisalah. Y repetía sin cesar la cadencia del verso coranico, que sonaba incesante en su mente. Bismilah. Aun cuando escuchaba en su barrio el llamado del Muazin, extrañaba el eco de los miles de minaretes de Kerbala. Pensó en su padre, vegetando en el shuk y el camino a la gloria eterna, imbricado en la vera misma de dios, de sus manjares y placeres. Todo aquello que estaba vedado en este mundo, en el siguiente no solo estaba permitido sino era deseable.

No tenia demasiados recuerdos, una masa informes de imágenes desconectadas se mezclaban aleatoriamente cada pocos segundos, lo que debería ser una secuencia mas o menos lógica de recuerdos no solidificaba en algo inteligible. Solo la voz del Imam y su vara azotándolo cada vez que se equivocaba en la entonación de las suras. Solo alguna vez su madre aparecía en el sopor de la memoria. Solo alguna vez su dulce voz acallaba el permanente martilleo que le propinaban día a día en la madrasa. Martilleo sincopado con golpizas que diseñaban su red neuronal, establecían las conexiones en su cerebro, silenciaban para siempre zonas enteras y  estimulaban otras hasta el paroxismo. El temor constante era una de las zonas que estaba excitada todo el tiempo, el temor al otro, al extraño, al kuffar.

Miraba la raída pared con perfecta y ecuánime estupidez, sin percibir cabalmente que su frágil mente era cincelada, para malévola satisfacción de su Imam, en una maquina de odiar.

Hussein creía que era un soldado de Ala, se regodeaba en interminables y sudorosas noches conteniendo sus inquietas manos que buscaban su entrepierna, como lo habían hecho las secas manos de su maestro, Yehia Al Bisawi, cuando solo tenia ocho años, cuatro meses y seis días de edad.

Ahmed contaba con el desencantamiento, contaba con la desesperación, y también contaba con el ansia de normalidad que inevitablemente surgía en cada recluta. Amaso el cigarrillo con las yemas de los dedos amarillentos de nicotina y miro concentradamente la brasa que estaba a punto de desprenderse. Aspiro con fuerza y comenzó a hablar, el aire que salía estaba impregnado del humo del cigarrillo, como una bocanada luciferina y grotesca. Pero era completamente efectivo, necesitaba imprimir en Hussein el temor de dios y lo lograba recurriendo a viejos trucos que no hubieran impresionado a un niño occidental de nueve años. No, ellos estaban blindados para la mas extrema violencia, pero no a los simples trucos de un prestidigitador que envolvía la escena en simple humo de cigarrillos o la mímica de secreto que los encantaba.

Ahmed Yasin al Dura estaba acostumbrado a estar largos periodos de tiempo con las rodillas recogidas, cruzadas bajo su leve humanidad, pequeño y enjuto, seco y correoso, pero emanaba de el una enorme energía. Su frente estaba surcada por una profunda arruga vertical, producto de décadas de reconcentrada furia y ensayado enojo.

Ahmed era un hombre sin ambiciones personales, no ambicionaba dinero, no ambicionaba fama y ni siquiera quería destacar, solo quería demoler al Satán, correrlo a palos y que su Imam decidiera por el cual seria el mejor de los mundos. 

Mientras se lavaba los pies, no pensaba, entraba en un trance agradable, en el que se esfumaba el enojo, la furia, por pocos instantes sentía la unidad por dentro y por fuera, deliraba unánimemente. Ni siquiera se preguntaba como era posible que no percibieran la grandeza absoluta de dios, o sus perfectas enseñanzas. Era evidente que las certezas sobre la que construía su sencilla vida se repetían día a día con invariable ritmo de oleaje. Con el mismo efecto.


Hussein fue observado cuidadosamente por años por ciertos miembros de la mezquita, miembros que se reunían a rezar sin llamar la atención. Sin embargo algo los distinguía, la arruga de la frente era mas marcada en ellos y brillaba en sus ojos una intensidad poco usual. Pero se mantenían en silencio, no se sentaban juntos siquiera.

Ahmed  era uno de ellos.

Monday, October 11, 2010

Creencias

Cuanto mas estrecha, miserable y cruel es la parcela de la realidad a la que se nos somete, mayor será la profundidad del anhelo, de la esperanza y de la entrega a una salvación mágica y finalmente mística de esos males y padeceres.

El sinuoso camino de la salvación esta empedrado de hechos tomados por magicos, por milagros, por directa intervención divina. Una sumaria explicación nos podría remitir al vacío existencial con que se nos alimenta directamente con la leche materna, el profundo desamparo que se hace evidente frente a las primeras manifestaciones del poder que puede ejercer otro, con capacidad para imponérsenos, sea por la fuerza de la violencia o la fuerza de una siquis mas poderosa, o, ya en franco y puro ejercicio de la diferencia, la fuerza del poder económico.

Brota, incontenible, la naturaleza competitiva humana, cuya impronta impulsa en una curiosa e inescrutable forma, al ser humano a alturas inconcebibles solo hace unas pocas decenas de años.

Es esa misma naturaleza la que nos atenaza en una dualidad inquebrantable de egoísmo y solidaridad.

Del discurso y acción de perfecta génesis altruista podemos introducirnos, sin solucion de continuidad, en la diatriba enceguecida, al odio visceral que no reconoce principio, pero que en cada acto, en cada manifestación, reitera su podrida y triste raíz genética en el instinto de conservación, límbico y primario.

Olvidamos Auschwitz, olvidamos Treblinka, Olvidamos Gulag, olvidamos Hiroshima y Nagasaki, olvidamos Dresde, Olvidamos el hambre africana, olvidamos al Khmer Rouge.

El desorden cósmico, el azar de la vida, dispuesta sin aparente beneficio o perfección es lo evidente, baste observar las limitaciones del hombre y la ceguera del topo para comprender que aun en el mejor de los casos la vida se derrama por caminos impensados y no siempre en forma evolutivamente util.

En el siglo XVIII se pensaba que dios había creado a los melones con rajas para facilitar su consumo por los humanos…

La magia, la creencia, el milagro, la presencia divina intuida en los hechos mas atroces de la vida representa un contrasentido que difícilmente pueda explicarse a través de la ciencia.

Solo una portentosa impotencia cognitiva nos impulsa por ese derrotero.
 
Es decir, para decirlo en dos o tres palabras, que no sabemos una mierda de nada, porque seguimos buscando, incansables y blindados, aun ante la evidencia mas descarnada.