Un monologo, proferido desde un atril descuajeringado,
desgranado en una profusión de trompitas, de movimientos espasmódicos de un
pelo cuidadosamente escenificado, de impostación de voz grave, quiere ser
autoridad y suena autoritaria. Una negación indefectible, actuada en simbólica
apariencia de confusión, solo muestra el silencio interior de quienes hoy
dirigen este, nuestro, barquito de papel mache, cartón corrugado, arrugado, mojado,
inundado, interpelado y sumido en una danza orgiástica en la exacta bisectriz
de las existencias de unos, y los otros. Danza impiadosa en el filo de una navaja mentirosa. Falsa.