Thursday, April 18, 2019

Metal y Fuego

No se descubre fácilmente un arte, quizás lleve un instante, quizás una vida y solo cuando somos ya maduros, grises o plateados, vemos en una pincelada, un collage, una forma de ordenar el universo, de matizar con reveses nuestras existencias ya definidas por el tiempo, que es tirano y nada sutil. Quizás alguno encuentre en nerviosos trazos sobre una tela una expresión que libere el alma de las múltiples ataduras que nos vamos imponiendo con la mera existencia, quizás la escultura, quizás la escritura, a la que soy tan pero tan afecto. Escribimos, pues somos. Sospeche que algo me unía al metal cuando hice consciente una compulsión que me embargaba desde muy chico, cuando descubrí que aun sin hacer nada con él, acumulaba los trozos de metal que encontraba en la calle. Un tornillo, una tuerca, una cadena o una planchuela carcomida por el embate implacable del óxido. Imaginaba los portentos en los que ese trozo podría convertirse. Lo palpaba, lo sopesaba, miraba, con absoluta incomprensión, pero con reconcentrada furia, su espesor, su dureza y su potencial. No existe persona que el metal signifique algo para ella, y que el fuego no signifique casi lo mismo, quizás mas. Desde las proteicas fogatas en el medio de mi habitación, hasta las imposibles piras en la playa, en la que mis infantiles manos juntaban ávidamente todo vestigio de leña para ser sacrificado en las llamas hagiográficas que parecían querer ascender hasta el confín del universo. Una mirada sacra, una mirada fija y ensimismada en pensamientos siempre algo lúgubres, algo premonitorios y siniestros. El fuego y el metal, elementos bajo la jurisdicción divina, amparados en la penumbra del dolor en el descuido y la iniciación, son perfectos complementarios, perfecta simiente civilizadora y al mismo tiempo, destructora. El fuego y el metal me llaman desde que era un niño, en el que calentaba al rojo algún hierro hallado, y lo observaba fijamente tratando de deducir el misterio creador, el misterio inicial, el misterio de la existencia de la materia. Las hojas de metal, las hachas, las espadas y los cuchillos, aun cuando nunca deje de admitir la superioridad absoluta del arma de fuego, siempre me subyugaron. Recuerdo con meros trece años haber comprado, con mi dinero, un hacha. Mi primera herramienta. Nótese que el hacha y sus variantes, tienen siempre como objetivo no bélico, la provisión de leña para alimentar al fuego… El fuego proteico, el fuego creador, modificador de la materia. Lo cierto es que hace unos meses, comencé a realizar cuchillos, primero con las toscas herramientas que tenia para ello y luego adquiriendo, modificando y creando, herramientas especializadas. No es que fueron cuchillos los objetos de mis primeros experimentos, ¡sino un hacha! La satisfacción profunda que sentí en el mismo instante en que terminé, realmente terminé, mi primer cuchillo, con su cabo, con su alma perfectamente definida, me indicó que estaba por el buen camino, que el forjado, temple y revenido eran procesos que afectaban el alma, la modificaban. La metalurgia es un arte ancestral, profundamente civilizador, sagrado, iniciático y creativo, tanto, que el calor del metal, las chispas del desbastado, el fuego de la fragua, el golpe hacedor del martillo, el yunque como receptor del golpe, de la fuerza modificadora, no solo afectan al propio metal, sino al alma del herrero. No es posible sustraerse a la magia forjadora, a la soberanía del fuego como poesía de la existencia, no es posible abstraerse de la similitud del ritmo del forjador y el latido del corazón. Esta claro que no puedo dejar de lado la victoria del Homo Faber, el Homo hacedor, y aun en la ilusión sobrehumana de esa creación, pues la hoja, la espada y el cuchillo semejan al rayo divino y creador. Somos mas que humanos, cuando de nuestras manos surgen los elementos que modifican la realidad última de las cosas. No se me escapa la naturaleza demiúrgica, la naturaleza primordial de la experiencia del metal y del fuego, no se me escapa la vinculación profunda que existe entre el canto, la poesía y la creación de cosas, que en muchas tradiciones son precursoras, la palabra preanuncia la cosa creada, la cosa fabricada por la mano humana. Los Vikingos “cantaban” la creación de sus maravillosos barcos, y solo después las manos pulían la madera hasta que la forma quedaba al descubierto, pues la materia contiene todas las formas y solo las palabras y los cantos adecuados, la descubren. Es el canto y la palabra, hecha materia, es el metal, es el fuego, es el propio cuerpo y alma que trasmutan en una realidad mejor.