Tuesday, November 11, 2008

KASBAH


La sutil mañana se confunde sin remedio con el sol del mediodía, mezclando las voces de los niños con los gritos de los mercaderes milenarios que se apostan en las entradas de sus oscuros y atiborrados comercios, heredados de decenas de generaciones.
La kasbah bulle de actividad, desde el techo donde observamos el movimiento capto con mis binoculares los detalles de una operación comercial, mi curiosidad esta excitada al máximo, a veces olvido donde estoy y el motivo.
Las callejuelas apretadas se retuercen y se angostan sin orden aparente, solo se distinguen por el aroma que despide cada zona de comerciantes, los especieros, con sus cubiles repletos de bolsas de azafrán, tomillo, baharat y comino, todo mezclado en un fuerte aroma oriental, los panaderos, con sus bandejas de lata de pan caliente cubierto de sésamo.
En otra calle los herreros y artesanos del metal martillan al lado de sus primitivas fraguas...un mundo detenido entre los siglos se cierra sobre la Kasbah, miles de murmullos se confunden en una infernal batahola de mercaderes y artesanos y políticos desocupados.
Un buque ha salido del puerto. Avanza lentamente por las aguas quietas de la pequeña bahía, sus mástiles asomaron primero sobre los redondeados techos, luego el resto del casco por encima del viejo muelle de Sidon.
No hay tiempo, no hay día, ni noches, solo una sucesión de caóticas y violentas situaciones, de crisis en crisis, el sueno se distribuye irregular, por lo que estamos siempre agotados.
Los días se suceden, los meses, la interminable sensación de que es el fin, pero no, la violencia irracional es el leit motiv de los libaneses, y nosotros... la pregunta es mas bien un aguijón clavado en nuestra carne, indescifrable.
El camino de vuelta de la Kasbah hacia el pequeño fuerte es largo y el calor del levante comienza a sofocarnos bajo los uniformes y los pesados chalecos antibala.
Las casas derruidas se suceden, intercaladas en huertos de naranjos y nísperos cargados de frutos dulcísimos, contradicen la aparente pobreza.
Mis pasos seguros se tornan cautelosos, observo con cuidado cada matorral, en busca del indicio que me salvara o que me acabara...
Mis ojos cansados se detienen de cuando en cuando en alguna cara, su odio se refleja casi inconscientemente, el ceno fruncido, los ojos entrecerrados.
Termina uno por respirar un aire enrarecido, cargado de hostilidad, manifiesta y de la otra.
Otra vez sentía esa rara sensación, su mente cabalgaba por lejanos y densos bosques de ideas y sentimientos, su cuerpo, en cambio, seguía aquí, en el infierno, sudando y temiendo, tenso a la espera de la detonación, o el traidor puñal en una angosta callejuela de la kasbah.
Dos planos, dos personas, dos realidades, quizás muchas mas, y la certidumbre de saberse desubicado en todas ellas.
El ronroneo del motor del generador del puesto de vigilancia ya se escuchaba en la distancia. La torrecilla de vigilancia asomo en el codo del camino y tras informar por radio nuestra proximidad, nos introducimos en la franja de terreno arrasado que rodea al puesto.
En pocos minutos nos encontraremos en la relativa seguridad tras la empalizada de tierra.
El ritual del regreso comenzaba para mí.
El primer paso era despojarme de la parafernalia que llevaba encima, las cartucheras, las granadas, los cohetes, el chaleco, el casco.
Luego limpiaba minuciosamente mi arma, aunque no la hubiera usado. Calmaba mi ansiedad.
Por ultimo limpiaba mi cuerpo dolorido en la ducha improvisada con una lata agujereada por el fondo, y me tendía en el catre, entregándome a un corto y sobresaltado sueno, poblado de pesadillas.
Dos planos, dos personas, dos realidades, como si a través del tiempo me llegara una vasta herencia violenta, como si otro se solazara con mi desdicha.
El resto del día paso apático, entre rutinas y guardias, la noche equivoca se abrió paso y sin avisar se instaló, con su carga de peligro e inseguridad, en las desprevenidas calles.
Una oscuridad casi total, solo destrozada aquí y allá por pequeños puntos de débil luz.
Otra vez C. se encontró en medio de la kasbah, solo que la noche la transformaba totalmente, el lúgubre silencio, los pequeños comercios cerrados, las ratas chistando desinhibidas y defendiendo su reino, indignadas.
Amparándose en el silencio y la oscuridad, C. sintió como sus sentidos perdían entidad paulatinamente.
Se transformaban en esa maraña de incontenibles instintos, de ferocidad que lo invadía y le permitía sobrevivir en esa increíble violencia, superando día a día la locura.
No pocas veces se preguntaba el porque de su insólita presencia, su pasado porteño, su historia, todo estaba totalmente fuera de lugar, y así se sentía demasiado a menudo.
No temía desconcentrarse en pensamientos vanos, ya que tenia puesto el piloto automático, como si su cuerpo y su alma siguieran caminos distintos, alejados entre si, uno buceando en su interior, el otro buscando sobrevivir.
Se olvidaba de todo cuanto lo rodeaba y casi sin darse cuenta, de desprecio por su propia vida, el juego permanente con la idea de la muerte, con la certeza del kamikaze se lanzaba en una alocada búsqueda.
Una llovizna glacial comenzaba a caer, la noche cerrada se ilumino de repente con el resplandor de unas explosiones lejanas, casi confundiéndose con los truenos que retumbaban en el oeste.
La patrulla continuaba su trabajo, la llovizna se había convertido en un aguacero molesto, sucio, el lodo que se formaba cada vez que llovían dos gotas, se pegaba a las suelas de las botas.
Un café caliente los esperaba en el campamento, C. se había sentado junto a las hornallas, saboreando el liquido oscuro que, decían, era café, pero había fundadas sospechas de que se trataba de garbanzo tostado y molido. Rafi Saadon era el encargado de cocinar esa noche, su ascendencia oriental se reflejaba en el sabor picantísimo de la comida.
El eco lejano de las explosiones ceso de repente, alguien pregunto, involuntariamente, en voz alta:
- Que es eso?.
- Termino el asunto de Damur, los cristianos se están dejando de joder.- dijo Ioram, lentamente, y continuo comiendo la mezcla de berenjenas y cebolla que matizaba la mesa de esa noche.
El silencio que siguió a esa intervención era significativo, todos sabíamos que los cristianos eran lo mas parecido a nuestros aliados que podíamos encontrar en el Líbano, incluso los tratos cotidianos que teníamos con la Falange nos daban esa ilusión, Sidon, sabíamos, era la llave del sur del Líbano, y quien dominara Sidon dominaría el acceso a la zona de seguridad que Israel establecería dentro de algún tiempo.
De todas maneras, no nos importaba demasiado, sentíamos que esa era una guerra desquiciada, que solo cobraba vidas de nuestros compañeros. Las muertes que causábamos era como si no contaran, nos negábamos a dedicarles la mas minima reflexión, estoy seguro que enloqueceríamos si lo hiciéramos, C. de todos modos, jugueteaba en el limite.